La primera oportunidad que tuve de aproximarme a la Hispanoterapia me la ofreció una persona en un pueblo cerca del camino real . Un grupo de amigos viajábamos en coche desde Bogotá a El Carmen de Bolívar y tuvimos que buscar alojamiento para dormir en medio del camino.
Paramos en la casa de un conocido de uno de mis acompañantes que alquilaba habitaciones. Por la mañana, mientras desayunábamos, empezamos a hablar de diferentes temas. El anfitrión de la casa comenta que ha hecho su árbol genealógico llegando hasta la undécima o duodécima generación, no recuerdo exactamente, y que una ancestro era española. Yo le digo que he estudiado una manera particular de sanar los arboles, que todo pasa por la apertura del corazón y el perdón absoluto a todo lo que pasó exactamente como pasó.
El señor comenzó a despotricar diciendo que lo peor de lo peor que le pudo pasar a América es que llegaran los salvajes, ladrones, violadores y asesinos españoles, que allí donde han ido hay miseria y pobreza y en cambio, donde han ido ingleses hay riqueza.
Me di cuenta que no podía rebatirle nada porque me dolía mucho lo que estaba diciendo y si lo hacía íbamos a acabar muy mal y yo estaba en su casa. Le pedí permiso para ir a abrazar un árbol y expresar en él todo mi dolor. Me dijo que en ese árbol no porque era de un vecino y me llevó a un árbol inmenso en medio de un bosque particular que había en un campo trasero.
Aprendí en el viaje que hicimos por diferentes lugares que los árboles pueden ayudarme a absorber la negatividad que se haya quedado enganchada en el trabajo terapéutico ya que trasladan dicha energía a las raíces y éstas las entregan a la madre tierra, la cual transforma todo lo desechable por nosotros en abono.
Cuando me quedé sola en el bosque pedí permiso al árbol para entrar en él y que me permitiera expresar mi rabia y dolor.
Me abracé al árbol y dejé que las lagrimas me salieran y conecté con mucha rabia gritando con todas mis fuerzas. En un momento dado conecté con Isabel I de Castilla, la reina Católica y de mí se apoderó un dolor muy grande. Empecé a decir "¡mis pobres castellanos!. Castilla lo dió todo por construir América y de qué ha servido!. ¡Dios mío, perdóname por haberme equivocado tanto!" "¡mis súbditos, los castellanos abandonaron sus mujeres, hijos, padres, hermanos y amigos para venir a estas tierras!". " ¡Cuánto dolor, Dios Mío!" y por más de medía hora estuve llorando abrazada al árbol sintiendo un dolor inmenso en el corazón. Lo que yo sentía era el pesar de la reina al darse cuenta del dolor que se origina con decisiones que se toman por razones de Estado y vistas desde otra perspectiva.
A mí me sirvió para reconciliarme y amar profundamente nuestra historia, exactamente como fue y sentir una profunda compasión por todos los implicados en la Conquista: españoles e indígenas.
Me di cuenta de que no era yo porque jamás se me hubiera ocurrido decir: "mis castellanos". Supe que fue la energía de ella con quien conecté y pudo expresar su dolor.
Tenemos que tener en cuenta que murió de cáncer y un cáncer es la expresión de un dolor muy grande sufrido en silencio, según el doctor Hamer.
Cuando me calmé pude hablar con el anfitrión de la casa con normalidad, sin sentir rabia o enojo alguno. En el momento de despedirme le dije: " creo que tendrás que ir alguna vez a España para reconciliarte con tu ancestro española pues por tu cuerpo corre sangre española y odiarla y despreciarla es odiarte y despreciarte a tí". Nos despedimos con un gran abrazo
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